(En la imagen, una obra de George Grosz, “Escena callejera” (Kurfürstendamm). Óleo sobre lienzo. 81,3 x 61,3 cm. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid. NºINV. 572 (1981.69).

 

Sin constitución todos somos perdedores. II ensayo 

 

Temas: Constitución. Separación de poderes. Representación política. Estado y nación. Estado de partidos. Periodo de libertad Constituyente. Democracia formal o representativa. Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Corrupción. Estado de partidos. Sistema proporcional de listas. División social. Consenso.

 

Existen varios estereotipos de perdedores. Unos, que después de haber puesto todo su esfuerzo, por circunstancias ajenas a ellos, no consiguen llegar a su objetivo; han hecho lo que han podido y han perdido con honor. Hay perdedores que pierden por el simple hecho de que han jugado, aun no teniendo la preparación suficiente, en cualquier caso, su victoria está en haber participado en la experiencia. En todos estos casos existe, en mayor o menor medida, un aprendizaje. Incluso de estos últimos, les hay que, aun sabiendo que van a perder, juegan de igual forma, en honor al orgullo de su valía. Pero existe un tipo de perdedores que, paradójicamente, no quieren ganar nunca, les da miedo la victoria. Son perdedores voluntariamente, son mediocres moralmente y acomplejados en el juego, no saben lo que es ganar y les da miedo esa idea. Es un complejo de inferioridad, de inutilidad o un sentimiento derrotista y de fustración, es una actitud amoral e inmoral. El último caso le corresponde a la sociedad española, que votan sin facultad electiva, sin control a quien toma el poder, es decir, sin democracia. Presumen de libertad y no hay asunto más irritante que pensar en una sociedad libre. De ahí que se comparta el cinismo como medio de vida en común.  

Así, los españoles, atienden a unas listas de partido que no representan a nadie y que no han elegido ellos, a un fraude público. La realidad es que, consecuentemente, esos perdedores crónicos están contribuyendo y empujan a que los demás también perdamos, los que, por dignidad, no participamos de esa mentira, como son las votaciones y todo lo relacionado con lo que ofrece el Estado, y que la sociedad española, moralmente, comparte. Es bueno perder, porque enseña y hace fuerte a aquel, lo que es horrible, penoso y demencial es acostumbrarse a perder siempre. Los que votan son los tontos de la película. Por su puesto que Sánchez es un ganador, y Rajoy, y Zapatero, y González y Aznar, y cualquier analfabeto y canalla que los oligarcas jefes de partido pongan a dedo en sus listas; toda la oligarquía y sus lacayos que hay al servicio del Estado y no de la nación, que somos las personas, viviendo a costa del erario público ganando en todos los casos la partida. Todos los perdedores compulsivos, ofuscados, frustrados e indignados que votan sin democracia, esperan un “salvapatrias” en un “amén” de sus penurias y desvergüenzas absorbidos por el juego malicioso partidocrático, al cual mantienen legítimo participando en él. 

En una sociedad donde la mediocridad se ha hecho un objetivo, donde el complejo es un valor, abunda lo terco y lanar, el miedo de enfrentarse al enemigo, los partidos del Estado, les hace esclavos de él, les alienta las conductas propias de los cobardes y terminan siendo traidores a ellos mismos y a la misma sociedad donde viven. Y díganme, ¿quién es el perdedor nada más que la nación española?, que está verdaderamente en un estado, ya no vegetal, sino difunto, en cualquier caso, abandonada, no por los que la succionan, sino por los succionados. ¿Quién se encarga de la nación española si todos los que votan en el ejercicio de la urna apoyan a facciones u órganos del propio Estado que no pueden representar a la sociedad gobernada, precisamente de quien tiene que defenderse los gobernados? Son perdedores porque no confían en ellos, el esfuerzo propio de la confianza la pierden en las urnas dando vía libre al poder descontrolado. Se postran a la derrota como medio de conservación; se hacen valedores de la idea de que siempre van a claudicar, por eso votan al “mal menor”, la idea del fracaso absoluto. De ahí la creencia de que “es imposible cambiar lo que hay”. Y es que, en el juego del Estado de partidos, siempre se pierde, o lo que es más preciso, solo se puede ganar si eres un traidor, un cínico o un corrupto. Pierde siempre la decencia y la moralidad pública.  

Así han crecido educadas generaciones enteras de españoles desde hace un siglo hasta hoy. Y el que ha levantado la cabeza, por su naturaleza talentosa e inteligente, se le ha machacado porque no puede encajar entre tanta inhibición y miseria moral. La mayoría de ellos, los dignos, los que su naturaleza y condición de vida es la ambición de triunfo, esos, se van de España. La inteligencia, la destreza, la sabiduría y el talento, en una sociedad dominada por el miedo y el complejo, donde la tolerancia ha sustituido al respeto, son valores condenados al destierro y al ostracismo, incluso en los casos más recalcitrantes, a la mofa. En términos políticos, esto sucede cuando existen estados legisladores, es decir, sin constitución, o lo que es lo mismo, sin separación de poderes, como es la forma política que existe en toda la Europa continental, menos Francia y Suiza, después de la II Guerra mundial. El efecto moral que produce en la sociedad la forma de gobierno del Estado de partidos, de manera súbita, es el enfrentamiento social, o división social como lo llaman otros, al ser las instituciones incapaces de canalizar los problemas sociales haciéndose cargo de ellos las instituciones, que es lo que se resolvería con una división de poderes.

 

 

El Estado es el enemigo necesario número uno de la nación, por ello, esta necesita de un organismo político para hacerle frente y controlarlo de forma continua. Ese organismo es una Cámara de representantes del elector básicamente y una facultad Judicial totalmente independiente a ambos poderes como intermediaria. El Estado es, en rigor, la personalidad jurídica de la nación hacia el exterior de sus fronteras, una máquina ejecutiva-administrativa-burocrática hacia el interior, y aunque sea dirigida por personas (gobierno), no es de la misma naturaleza que la nación, no se encuentra en la misma atmósfera vital y por ello no pueden convivir juntas como sucede hoy. La nación es un hecho histórico objetivo, nos viene dada, no es ninguna planificación o proyecto subjetivo (como nos hace creer toda la propaganda del Estado actualmente, siendo justificante para cometer delitos de sedición como en Cataluña); el Estado, es una herramienta o convenio para la dominación y es artificial. Los españoles pierden siempre porque han cedido toda su confianza a una máquina controlada por ficciones jurídicas, como son los partidos, y no procuran unas instituciones que garanticen un control para hacer responsables de sus actos a esa sociedad política que pasa temporalmente por el poder. Esas instituciones nacen de un periodo de libertad Constituyente inscritas en una constitución que separa los poderes. Es el Estado quien debe de estar al servicio de la nación y no al contrario cuando existen unos mecanismos institucionales que proporcionan un control a los atropellos e injusticias, ese control se llama separación de poderes, y eso en España no existe, en efecto, porque no hay constitución, y no hay constitución porque nunca ha habido un periodo de libertad Constituyente.  

Este hecho o situación política produce con el tiempo, inevitablemente, una represión, no física, como sucede en las dictaduras por la fuerza, tan brusca e inaguantable como aludía Bertrand de Jouvenel en su “Estado Minotauro”. Hoy esa estrategia o modo de dominación se ha suplido por el consenso, tan dulce en su apariencia y tan tortuoso en sus resultados mentales y morales. Prohibido pensar, básicamente. Donde penetra realmente este tipo de dominación es en las almas, en el espíritu y la moral, que termina por cobijarse y asentir ante cualquier mentecato que ocupe los puestos institucionales. Se conserva el miedo de la Dictadura a todo lo que es político y se entierra la libertad, también la de pensar, y muchos de los valores que la forma de gobierno de la Dictadura respetaba, como son la dignidad y el honor. ¿Cómo puede haber tal grado de locura e insensatez de querer seguir con las reglas de juego partidocráticas si cualquiera se puede informar, intelectualmente, de que nunca ha habido una constitución en vigor jurídicamente hablando; si está a la vista la inutilidad y los resultados y conductas de cualquier legislatura? Esa pasividad, esa quietud social, es represión mental, aunque sea inapreciable a simple vista. Es una derrota moral. Es la necrópolis de las futuras generaciones, la actual está ya muerta y tiene ya construida la suya, que es el Estado de partidos. La sociedad española ha trabajado tanto y tan duro en su epitafio, a base de servidumbre voluntaria, que hasta ella sola se ha colocado la losa encima que finiquita su funeral. Es normal que las siguientes generaciones no sepan lo que son los valores, ya no los personales, mucho menos los cívicos.

La separación entre el Estado y la Nación no es solo la clave político-institucional para poder poner controles a los gobernantes, sino que es un asunto moral, porque está sujeta y forjada mediante la libertad Colectiva o Constituyente de la propia nación, sancionada en una constitución. Es una moral protectora, esa libertad es fundadora y fundante, que guarda la idea de que los organismos públicos se vigilen entre sí, e incluso se enfrenten, evitando la corrupción por sistema y estando únicamente al servicio de la sociedad. De tal manera que, esa separación de lo que no puede convivir junto, como es lo natural (nación) y lo artificial (Estado), traslada automáticamente los problemas sociales a las instituciones, evitando así la división social que desaparece de facto, el espíritu se renueva y se purga constante y periódicamente, que es la consecuencia de esa libertad Colectiva. Como condición inherente, la verdad, está presente siempre en los asuntos públicos para mantener, recíprocamente, esa libertad, que no puede vivir sin la otra, que a su vez sostiene la decencia y la dignidad pública, y así, quien hace la ley, no será nunca el mismo que la tiene que ejecutar. Esta separación entre estas dos abstracciones es el fundamento de la democracia formal o representativa, y sólo puede darse cuando hay una constitución en vigor; no es constitución una Ley fundamental o carta otorgada, como todos los documentos jurídicos o máximas que hay en España y en toda Europa, que no separan el poder Ejecutivo y Legislativo.  

El hecho de realizar una purga y una desinfección, necesariamente de las que escuecen, que empieza por hacer un esfuerzo reflexivo que provoque una limpieza de la conciencia de uno mismo, es algo que muy pocos hoy se lo plantean en España. Me gustaría hablar aquí de un hecho que tiene casitodo que ver con el complejo de salir victorioso, que es el defecto de la impotencia y la prepotencia de aquellos que creen vivir libres. Pero, por no hacer este artículo muy arduo en su lectura, lo dejaré para otro momento donde pueda extenderme más sobre ello. Solo me queda dejar por aquí una pequeña reflexión, y es que no hay mayor victoria que mostrar integridad con tus iguales, de sentir la vida en sociedad sin complejos mientras deseas realizarte y madurar en tus pasiones u objetivos, queriendo siempre ser el mejor, respetando y no tolerando, presumiendo de superioridad moral ante aquellos que desprecian los auténticos y valiosos valores de la vida, la victoria, aunque se pierda, porque el complejo, la tolerancia, que es la cobardía, no solo es que derive siempre en la derrota, sino que mata a la libertad y mantiene muerto a cualquiera como persona, y eso es una enfermedad o anomalía moral que se suele contagiar muy a menudo en estos tiempos que corren.  

 

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Redactado por Antonio HR, martes 7 de noviembre de 2023. 

 
 

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