Como lo que principalmente se pretende en este espacio es salir de la confusión y el malentendido, o al menos intentar y tratar de esclarecer términos y conceptos en el ámbito socio político, no íbamos a dejar de lado un apartado para que, todo aquel que quiera y desee, deje cualquier pregunta o duda que tenga, tanto sobre quienes somos como de las materias que aquí se tratan en concreto.
En esta página web, Libertad-politica.com, consideramos que cualquier sugerencia, dudas o preguntas, puede servirnos a todos de aprendizaje, hasta la más absurda de las cuestiones, y que todos podemos adquirir conocimientos cuando se trata de salir de la confusión. Por favor, si habéis visitado este espacio y os ha surgido alguna cuestión o pregunta de qué hacemos aquí o alguna pregunta sobre lo que aquí se trata, rogamos que no tengan el menor inconveniente en dejar su pregunta o sugerencia en este apartado, quizás a alguien más le pueda valer y servir en un futuro, con mucho gusto trataremos de contestar lo más claro, nítido y mejor posible a sus preguntas.
Vamos a dejar aquí algunas de las preguntas que algunos de las personas que visitan nuestra web nos han hecho, y esperamos que, para futuros visitantes o interesados en el contenido de la web, les sirva para despejar cualquier cuestión que puedan tener:

Preguntas o cuestiones como:

Muchos son en España los que, constantemente, se cuestionan o se han cuestionado sobre este asunto tan obvio y evidente, ya sea de manera ingenua o indiscreta, debido a la naturaleza de los hechos y resultados obtenidos, a lo largo del Régimen actual de 1978, sobre la forma de gobierno actualmente establecida. La realidad del fruto no concuerda con lo que implica poder asentir a tal afirmación de si existe o no democracia en España. Necesitamos, pues, dada la extraviada opinión y la ingenua aceptación por la sociedad española al titular oficial de que, “a la muerte del Dictador vino la Democracia”, analizar rigurosamente cuál es la forma de gobierno que existe en España y qué condiciones e instrumentos institucionales necesitaríamos para poder afirmar cuando existe democracia o no.

Tanto programas de televisión, emisoras de radio y titulares de prensa como todas las instituciones relativas a la enseñanza (cátedras, institutos y colegios), todos los medios públicos en general, transmiten al individuo la afirmación de que, los españoles tienen democracia, lo que origina en la consideración de cada individuo, no sólo una desconcertada consciencia y asidua confusión con respecto a los resultados que se obtienen, sino una moral crespa y descarriada.

Lo primero es decir qué es la democracia y cuándo la hay, y más adelante, describir, sin hacer valoración ni juicio personal, qué es y cómo funciona lo que existe en España y relacionarlo con la forma de gobierno adecuada.

Existen multitud de definiciones de democracia, tantas como autores, pero el conocimiento de la materia política, hasta día de hoy, sólo conoce dos tipos de democracia: la democracia social o democracia material, o fundamento de gobierno como muchos la identifican, o la democracia formal, política o representativa.

La primera, es una concepción de la democracia basada en una idealización sobre el principio de la igualdad en la sociedad, por ejemplo, la conocida igualdad social o la justicia social, a la que, solamente se ha podido intentar llegar a ella gradualmente y en el tiempo, sin llegar a su plena realización nunca, con estrategias de gobiernos ya elegidos o programas y acciones populares de partido, ya sea mediante leyes referentes a la justicia, como directrices de conductas sociales u otras propuestas o resoluciones de sujetos ya en el poder y que repercuten en las masas mediante su propaganda. Todo este contenido, al ser determinado por la acción de un gobierno ya en funciones, no puede ser considerado nada más que como ideología, es decir, ideas parciales que, por su condición política particular, no afectan al conjunto entero de la sociedad, no puede incluir a todo el cuerpo o materia gobernada. Pero hay una contradicción, o un escollo infalible en esta consideración de la democracia, y es el principio que la fundamenta, que es el principio de igualdad. El principio de igualdad, naturalmente y como ya nos ha demostrado la historia, no puede ser ni nunca ha sido un principio realizable en cuanto a la igualdad material o corporativa, dada la desigualdad en la naturaleza, que produce, indefectible y necesariamente y en permanente constancia, desigualdad entre las personas. Es por eso que este principio de igualdad siempre será una verdad parcial o ideología, lo cual, utópica e irrealizable y que nadie ha sabido explicar ni decir lo que es.

La segunda, la democracia formal o política, también llamada representativa desde su origen y que existe ya en países como en los Estados Unidos de América, está basada en el principio de libertad política, como digo, realizable y realizada, y se refiere, no a las jugadas de un gobierno ya determinado, sino a las reglas de juego político. Precisa de un sistema de poder, para averiguar cómo y quién tiene que gobernar, con la condición inalienable de que es y será el pueblo, en base a esa libertad política, que precisa ser Colectiva indefectiblemente, el que tome la iniciativa y sea constituyente del poder político. Es un sistema, que se diferencia de los regímenes políticos, basado en las mayorías, y que está amparado en una constitución que rige esas normas de juego, que son comunes tanto para gobernantes como para gobernados. Para que exista Democracia formal o política, para que esas reglas de juego constitucionales existan, se deben de dar dos condiciones fundamentales, sin las cuales, en caso de que faltara una de ellas, no podríamos hablar de democracia; la primera condición es que se cumpla la representación política del elector, que no es otra cosa que la elección uninominal de un diputado de distrito, donde se eligen personas físicas a mayorías y a doble vuelta si fuera necesario, independientemente de si forman o no parte de un partido político, para constituir una cámara  de representantes de distrito, allí donde el ciudadano no puede estar y que está relacionada al poder legislativo, donde se aprobarán o modificarán las leyes; y la otra condición absolutamente fundamental es la separación de poderes, es decir, la elección de la función del representante en una urna y la elección en circunscripción nacional del gobierno o poder Ejecutivo en otra urna diferente, así como establezca la constitución. Dos funciones que, excepto en las dictaduras y en los Estados de partido actuales como el de España, no pueden ser realizadas por una misma persona o grupo de personas. Esa constitución institucionaliza al tercer poder, el Judicial, como un poder independiente de los otros dos poderes, como facultad del Estado y no como poder político como tal. El poder Judicial no debe de ser un poder político, sino, ser independiente y que cada juez en su Audiencia tenga el poder o la facultad de considerar la constitucionalidad de las leyes.

Como vemos, la democracia no se puede considerar como una ideología o una visión relativa a los gobiernos o a los determinados aspectos sociales, sino que solo se puede explicar con la concepción de unas reglas de juego político, siendo siempre la libertad política Colectiva de los ciudadanos la que constituye y controla al poder y las estructuras políticas.

En el caso de España, evidentemente, no podemos decir que exista democracia, aunque así sea en el contexto oficial. No hay representación política porque la forma de gobierno y el sistema electoral impide y no está concebido para representar, de hecho, el sistema proporcional de listas, que es el que tenemos en España, es lo opuesto a la representación política, donde son unas listas de empleado de partido, elegidas por el jefe de partido y  no por los ciudadanos, los que constituyen una ficción en cuanto a ser considerados como diputados y no como funcionarios del Estado, que es donde residen actualmente todas las facciones que tienen la legalidad de la acción política. Esos “diputados” no pueden representar a nadie, ni siquiera al jefe de partido, obedecen órdenes de este. Es de aquí, donde el Tribunal constitucional de la Jurisprudencia de Bonn en Alemania, por medio de su primer presidente después de la II Guerra Mundial, Gerhard Leibholz, ya define las estructuras y fundamentos de esta forma de gobierno, describiendo a los partidos, no como partidos societarios, sino como órganos permanentes del Estado, y explica fehacientemente cómo esta forma de gobierno, que está definida por el mismo Tribunal técnicamente como Estado de partidos, o Partidocracia vulgarmente más conocida, ya no pretende representar a nada ni a nadie, sino que se ha sustituido el elemento tradicional de representación por el elemento de identificación, de las masas con los órganos estatales. La función y el fundamento de esta forma de gobierno del Estado de partidos se basa esencialmente en la integración de las masas en el Estado, criterio básico también en la doctrina de principios de siglo XX del fascismo en Italia y después en la dictadura Nazi en Alemania, consistente en la institucionalización de los antiguos partidos societarios dentro del Estado, siendo financiados por este, cambiando por completo su condición, naturaleza y cualidad jurídica de civil a estatal, para ser votados, en virtud de un sistema de proporción, por los habitantes con derecho a voto.

En España no hay democracia, hay un estado de partidos o Partidocracia, una forma de gobierno totalmente distinta de la democracia, que no tiene en absoluto nada que ver con esta y que, además, la impide, con otros organismos y estructuras diferentes de poder y que responde a un único poder en el Estado, el del gobierno en funciones, y división de funciones, que son los ministerios de gobierno, al igual que sucede en las dictaduras. En España, el que está en el “Banco azul”, tiene en sus manos el poder de hacer leyes/Decretos, el poder de ejecutarlos y el poder de hacer las listas de magistrados.

La abstención es un fenómeno remoto. Abstención hablamos de la participación en los asuntos públicos, pero podríamos asociarla a cualquier asunto del que queramos hablar. Siempre ha habido y ha existido la abstención, que no responde a otra cosa que a la libre conciencia de cada individuo. Por este motivo, cuando hay Democracia, como por ejemplo en Estados Unidos de América, la abstención no tiene ya ningún efecto. Porque todo individuo tiene la libertad natural, el derecho político, a votar o al de no hacerlo. La diferencia la marca esa conciencia, es decir, si es activa o es pasiva o desinteresada. Naturalmente, a una persona no se la puede obligar, o coaccionar, a comulgar con algo que la perjudique, como sucede a la gran mayoría de españoles y a España desde que comenzó el Régimen de los partidos del Estado de 1978.

Todo lo que se ha dicho en España sobre este término, sus consecuencias y sus repercusiones, es falso. La propaganda del Estado, es decir, la de los partidos, desde el origen del Régimen de 1978, se ha encargado de hacer una llamada a las urnas de tal manera que, como si fuera un asunto religioso, dicho por todas las instituciones, la radio, la prensa y también las cátedras, se convierte en coacción, transformando lo que es un derecho político en un deber civil. Algo que, tanto en su significado como en su categoría, no coincide con lo que significa realmente acudir a la urna o sufragio. Si es un derecho, no puede ser un deber, y viceversa, si es un deber, jamás puede ser un derecho, y el sufragio, ganado con mucho sudor en la historia para que fuera universal, es un derecho que tenemos las personas adultas para poder participar en política, es decir, pertenece al ámbito político y no civil. 

La abstención es un vocablo que en el diccionario político español es un tabú, produce rechazo, animadversión y hasta pudor, porque, generalmente, se desconoce y porque los españoles, tras décadas y generaciones acostumbrados a regímenes autoritarios, esto es, a no elegir absolutamente nada en la urna, hasta día de hoy, no conciben que, votar o no hacerlo, entra a formar parte de la libre conciencia individual y consideran el acudir a la urna como un deber, incluso una obligación, un acto que no se puede poner en duda; son típicas en los españoles las manifestaciones como la de: “Hay que votar para ser buen ciudadano”. Se considera que, si no se acude a votar, es porque no se les presta interés a los asuntos públicos, siendo esta consideración absolutamente falsa, como veremos a continuación, aunque sea cierto que haya personas que realmente no acudan al acto de votar por indiferencia a los asuntos de la política. De ahí, la pobre y cándida expresión, tópico allí donde los haya, de: “si no votas, no te puedes quejar”. Cuando no hay democracia, cuando la urna no sirve al elector para cambiar al poder o para la elección de ningún cargo en el poder, el acto de ir a votar consagra la servidumbre voluntaria de aquel que acude a votar, haciéndose partícipe y cómplice de los atropellos y corrupciones de aquellos.

Existen dos tipos de abstención, la abstención, como vimos anteriormente, por desinterés o desidia, personas que no votan porque no les interesa la política, porque están enfermos y no acuden u otras razones sin objetivos determinados, simplemente no votan, a estas personas se las suele llamar abstencionistas. Pero existe un tipo de abstención, premeditada, organizada y en conciencia, o activa, es decir, la que se realiza como medio o herramienta para llegar a un fin, generalmente son actos manifiestos de denuncia, protesta o desacuerdo con lo establecido. A las personas que siguen o practican este tipo de abstención se les denomina abstencionarios. Lógicamente, el sentido común nos dice, y el más idiota lo puede entender, que, si no se participa, si no se vota, ese voto no cuenta, ni para unos ni para otros, esto es, no existe, no hay nada que contar. Es muy sencillo de entender. El tópico y la falacia de que es beneficio o perjudica a estos o a los otros no es cierto, no puede serlo, ya que el voto es únicamente fuerza; además, una persona no puede estar calculando previamente si va a salir un partido u otro porque él vote o no, cada uno tiene que actuar en conciencia; esto es una de las múltiples pruebas de la confusión y desconocimiento en este asunto y del grado de corrupción moral que existe en España. De ahí la rabiosa expresión, infame y sucia, de: “Yo voto a estos para que no salgan los otros”; o la de: “prefiero que me roben los míos”. Actitudes propias de una moral absolutamente podrida cuanto menos. Existen también, eso que tanto beneficia al poder y que está muy comúnmente considerado por la sociedad española, que responde a la cobardía y al manifiesto del fracasado, que dice: “yo voto al menos malo”. Lo menos malo, precisamente es lo que nos ha traído hasta donde están hoy los españoles y a España, en la nada moral y material y en la corrupción absoluta.

Se considera abstención activa, no sólo como una medida de protesta para expresar rechazo a los candidatos o al propio sistema o régimen y sus reglas de juego, sino, como conducto de un proceso, pacífico y civilizado, en conciencia, para forzar un cambio, que obviamente debe de ir acompañado por otro tipo de movimientos y manifestaciones populares, pacíficas también, con el mismo fin. Este fenómeno lo podríamos llamar revolución, o lo que es lo mismo, cambio sociopolítico, si se llevara a cabo, y no sería preciso pegar un tiro ni acudir a la violencia, como muchos insinúan por ignorancia o para meter miedo para que se siga votando porque les conviene así. Por eso, basta con quedarse quieto, en conciencia, y no actuar, porque ocurre algo que generalmente se desconoce, se acaba con la legitimidad del poder, no votar sin democracia quita la legitimidad al poder, uno de los pilares en los que todo poder se sostiene. Eso que ya los romanos concebían como “Auctoritas”, es decir, la autoridad moral del que obedece al que manda o al que tiene la legalidad o la “potestas” o poder. Si no se vota, como no hay libertad, como en la urna no se elige absolutamente nada, el espíritu de un régimen de poder se desvirtúa, se queda desnudo, no tiene apoyo, y cuando eso ocurre, y esto es lo que no entiende la mayoría de las personas, el poder cae, se desmorona, pierde toda autoridad y toda fuerza (esto lo podemos comprobar ante la dimisión, o el cese de cargos importantes en facciones estatales de alto calado tras las últimas votaciones municipales, regionales y generales, dado el grado de abstención alto, poniendo en evidencia el estado lánguido del propio régimen instituido).

El poder es una relación, mínimo bilateral para que sea tal, de mando-obediencia, basta, pues, no obedecer para que ese mando no tenga fuerza o poder, es decir, autoridad. No es muy complicado entender el efecto de la abstención en un régimen sin libertad política como el que hay en España. Es normal que los partidos estatales, en sus campañas electorales, no dejen de llamar a la participación en masa, que la abstención sea algo que les constriña el corazón, que les erice el vello de la piel, por lo tanto, que la abstención sea su más temido enemigo. Siendo el funcionamiento del mecanismo propio de una oligarquía, la cual que se reparte el poder, los cargos y el dinero público, como sucede en el Estado de partidos o partidocracia, en virtud de un sistema electoral de proporcional de listas de partido, su gloria depende de la cantidad de cheques en blanco que los adeptos o extraviados votantes depositan en la urna. En España, tras la experiencia partidocrática, habiendo visto ya sus nefastos resultados una y otra vez, el sentido común, que llama a cualquier persona sensata y cabal, que no tenga romanticismos ideológicos, que no sea un fanático, que no sea un acérrimo del propio Régimen o un oportunista que se beneficia de él, y tenga un mínimo de dignidad y civismo, debe de practicar la abstención activa; aunque sea por dignidad propia, para no ser cómplice y culpable; porque es el único medio, y no fin, pacífico y civilizado, para esquivar la corrupción de los partidos del Estado. Sin ningún prejuicio de si va a salir uno o el otro, eso no tiene la menor importancia moral, además todos son órganos del Estado y no responden a las necesidades del individuo, la nación, sino que se deben a quien les paga, que es el propio Estado.

La frase es, pues: “si votas, ahora no te quejes”.

El “voto nulo” y el “voto en blanco” cuentan para el reparto, y es la expresión más próxima a la cobardía y la miseria moral. Así que, estas personas que recurren a este proceder, están diciendo que siguen las mismas reglas de juego, que están de acuerdo con ellas, que las apoyan con su voto (nulo o en blanco), pero que no reconocen a ningún partido estatal, que son, esas mismas reglas de juego que reproducen a esos mismos partidos, que surgen del Estado, que después hay que ir a votar. Un bucle corrosivo como este no puede ser considerado nada más que como corrupción moral, porque no repercute en absoluto en el resultado, este tipo de papeletas vacías, se reparten de igual manera entre la oligarquía, cuentan y legitiman la misma basura que ellos mismos fingen repeler no decantándose por ninguno, pero sí decantándose por apoyar lo que reproduce y crea lo que hay. Estas personas dicen que todo siga tal y como está, que están de acuerdo, que ellos corroboran las reglas de juego establecidas, es decir, en España, la de la veda legal de los partidos que se adueñaron del poder del Estado que deja el dictador y que han dejado un rastro de corrupción y crimen de Estado como no ha habido igual en la historia de España.

La abstención sirve, primeramente, nada más y nada menos que para darse dignidad a uno mismo, cuando la corrupción es un factor fundamental para poder gobernar, como ocurre en España desde 1978. Y si es en conciencia y activamente, como medio de cambio, no votar hoy sin democracia para votar mañana cuando la hay, esa es la moral de la abstención activa.

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La democracia no es consenso ni es la reconciliación o la concordia como solemos oír en el contexto oficial, estos términos son relativos al ámbito espiritual y religioso, pero no es aplicable en el terreno de la política, la política es únicamente disenso o ideas opuestas que no son susceptibles de unir, fusionar o reconciliar, dada la natural divergencia del pensamiento, situación de clase o mismamente la heterogeneidad moral del ser humano en la sociedad. Realmente es todo lo contrario de lo que la consideración general admite hoy por democracia.

La democracia, como forma política o forma de gobierno, es un sistema de elección, a mayorías, y medio institucional para canalizar civilizadamente una lucha irreconciliable entre las personas de una sociedad determinada para que no se maten entre ellas, y es la libertad de esa mayoría la que elige y constituye las formas institucionales y a quién pasará a ocupar esos cargos de mando. La democracia política o formal son unas reglas de juego que constituyen ellas mismas, sin necesidad de árbitro, el propio juego político, exactamente igual que sucede con las reglas de juego del Ajedrez, donde los que participan en el juego saben quién gana sin necesidad de terceros. Esas reglas de juego deberán estar sancionadas en una constitución que esté en vigor, la cual, para ser tal, deberá separar los dos poderes más destacados de cualquier Estado, que son: el de hacer leyes, Legislativo, el cual le pertenece y es potestad de la nación; y el de ejecutarlas, Ejecutivo, que es propio del Estado, mediante el gobierno en funciones.

La democracia política no es la igualdad social o la justicia social, eso es una jugada de gobierno, por lo tanto, ideología, lo que muchos han llegado a llamar “fundamento de gobierno”; como ejemplo en la historia de ese intento por identificar la democracia mediante la estrategia de los gobiernos ya en funciones la encontramos en la tesis comunista, la cual, la historia nos ha mostrado su flagrante fracaso. La igualdad social es un principio utópico imposible de realizar, un ideal inalcanzable que nadie ha podido explicar ni decir lo que es, porque la naturaleza produce desigualdad necesariamente. En cambio, el principio de libertad, que es el fundamento y la esencia de la democracia política, sí es realizable y es el único medio para conseguir arreglar, con la garantía de igualdad de Derechos y oportunidades, mediante esa constitución que separa los poderes Legislativo y Ejecutivo, los defectos que la propia naturaleza produce, a condición de que esa misma libertad sea libertad para todos, es decir, Colectiva. La democracia es el único medio para poder acercarse a la igualdad que la propia naturaleza impide.

Todos no somos iguales. Esa es la moral más clara y simple de la libertad. Y para canalizar esa lucha irreconciliable de multiplicidad de la moral e intereses particulares, para evitar la guerra y la división social (propia de las sociedades actuales donde no existe democracia formal), se precisa de dos urnas distintas, donde sí hay una elección real y directa, de personas físicas responsables de sus actos (no votar ficciones jurídicas como son los partidos, donde nadie puede pedir cuentas de sus actos), para dos funciones distintas, en base a dos principios distintos, lealtad la representación e inteligencia el gobierno, que una sociedad correctamente organizada necesita. La primera para que la nación pueda estar representada ante el poder, donde ella no puede estar; y la segunda, para que pueda ser gobernada, donde reside la soberanía. El mito de “la soberanía popular” no existe, el pueblo no puede tener soberanía ni nunca la ha tenido, la soberanía, como bien especifica el filósofo y político alemán Max Webber, la tiene quien tiene el monopolio legal de la violencia, quien tiene en su mano la última palabra y quien tiene la facultad o poder de aplicar un Estado de excepción. El pueblo no puede tener ni ha tenido nunca la soberanía, lo que tiene que tener el pueblo gobernado es LIBERTAD, para elegir y deponer al que le tiene que representar o al que le tiene que gobernar.

Para que haya democracia, tiene que existir intrínsecamente una constitución, y de igual forma, para que haya constitución, un periodo de Libertad Constituyente previo. El hecho de que no existan estos dos elementos definitorios y constitutivos de las formas y la naturaleza del poder, como sucede en España, es señal de que no hay democracia como forma de gobierno. La función principal de este documento jurídico para que sea tal, es separar a la nación del Estado, que hoy se encuentran en un bloque, esto es, separar dos poderes que no pueden ser desempeñados, excepto en las Dictaduras y los Estados de partidos o Partidocracias o cualquier otro tipo de régimen totalitario o autoritario, como el que hay en España hoy, por la misma persona, siendo la Justicia una facultad del Estado y no un poder político como se suele creer generalmente, independiente y mediadora de los otros dos poderes. Eso es democracia, unas reglas formales, que las hay o no las hay, que no precisa de cualidad ni cantidad; hay democracia o no la hay.

Donde hay consenso no puede haber democracia, porque cuando hay democracia son las mayorías las que eligen. Donde hay consenso, en política, hay reparto, hay una degradación de la moral y el pensamiento libre está prohibido. La democracia es poner a los dos poderes, Legislativo y Ejecutivo, nación y Estado respectivamente, uno en contra del otro en constante lucha y fricción, para que los problemas de la sociedad se trasladen automáticamente a las instituciones, que es donde se tienen que resolver, garantizando así los derechos de los ciudadanos y evitando el enfrentamiento en el terreno civil. Por eso, cuando hay consenso, que es la UNANIMIDAD en el pensamiento, donde se crean unas consignas límites para pensar, donde existe un CONSEN-timiento de los principales principios morales, es imposible que exista el concepto de política; o lo que es lo mismo, la política, cuando hay consenso, está prohibida.

“Que las ambiciones vigilen a las ambiciones y el ciudadano duerma tranquilo”. James Madison. 

También en el Número XIX de octubre de la Revista 2023  Libertad Política

Art. Grandes batallas contra la confusión (III). La democracia no es consenso, ni reconciliación ni es la igualdad social. 

Redactado por Antonio HR, domingo 24 de septiembre de 2023.