De la ingenuidad al fracaso social y personal  

 

Temas. Estado de partidos. Oligarquía. Corrupción. Representación e identidad. Constitución. Libertad y democracia. Propaganda política. Corrupción moral. Partidos estatales. Consenso. Reforma. Civismo.

 

El Estado de partidos que hay en España como forma de gobierno, al que, en Italia, tras la II Guerra Mundial y la Ley Fundamental de 1947, vulgarmente se empezó llamando Partitocracia, está sujeto y legitimado por un mar de pretensiones políticas populares, de carácter ilusorio, que son objeto y están adheridas a la variedad de colores, símbolos y logotipos que ofrece el Estado como propaganda política. La sustancia de tan variado colorido es la oferta política con la que los españoles identifican sus sentimientos y emociones sin estar representados, sin elegir ellos a un representante que materialice dichas pretensiones e intereses. La identificación sentimental, y el voto por desidia, es lo que caracteriza a esta singular relación de poder entre gobernados y gobernantes y la esencia de dicha forma de gobierno. Este tipo de relación, el de la identificación, da paso al ingenuo votante a pensar que tiene un sinfín de oportunidades para elegir y puertas donde llamar para alcanzar sus propósitos políticos. Dicha oferta política nace en virtud de la demanda, la cual, tiene origen en sus propios fracasos en la urna. Habéis leído bien, elegir, quiero dejar claro antes de abordar este artículo, no es votar. Hay una grandísima diferencia, y como ejemplo, tenemos la celebración de votaciones en muchas o casi todas las dictaduras que hasta hoy conocemos, con Franco también se votaba, en Venezuela se vota y en China y Corea también. Las más horribles dictaduras también precisan del voto, esto es, de legitimación popular.

 

    

En este capítulo trataré de explicar acerca de un tema que, por lo general, y como todo lo relacionado a lo político en España, es un tanto confuso y capcioso, también es, cuanto menos, alarmante. Estoy hablando de la ingenuidad que tiene la voluntad de aquellos que votan creyendo que con su papeleta de listas de partido pueden cambiar algo de lo que les pueda personalmente afectar o sea de su incumbencia en su entorno social. En resumen, se trata de la confusión y la ingenuidad que hay entre estar representado y estar identificado.    

La fuerza principal que mantiene vivo y funcionando al Régimen de partidos es la participación en las urnas, no puede ser otra, constatando la legitimación en ejercicio de todas las facciones del Estado monárquico que hay en España. Incluso votando en blanco o en nulo, eso cuenta también para el reparto y legitima. La obediencia social, la corroboración de las decisiones gubernamentales, como los Decretos, llamados equivocadamente leyes, ya que han sido dictadas por el poder Ejecutivo y no por un poder Legislativo separado, son algunas de los factores que sancionan la legitimidad, o lo que es lo mismo, lo que hace que el poder tenga su visto bueno por la sociedad y adquiera autoridad moral para poder dominar y extender sus brazos de poder.    

Para referirnos a la propaganda que el Estado inventa y fabrica mediante logotipos, símbolos y colores con los que el ciudadano de a pie se pueda identificar, hemos de clasificar los sujetos que la llevan a cabo, los partidos del Estado, los cuales realmente no son partidos, sino organismos estatales que ostentan el Derecho público y el poder político en esta forma de gobierno. El ingenuo votante, lleno de ilusiones, se lanza a la urna con la inútil esperanza de decidir o cambiar algo por el mero hecho de que no concibe la naturaleza estatal de los partidos que conforman la oferta, una oferta que se reproduce únicamente dentro del Estado, es decir, dentro del poder político, en España monárquico. Por lo tanto, no existe elección de nada, no hay partición electiva como ocurre cuando los partidos son de naturaleza societaria, es un ejercicio político plebiscitario, es decir, de refrendo, como sucede en una dictadura. Toda la oferta política se refiere a órganos que ostentan el poder del Estado, que están ya en el poder, y que llaman a la sociedad civil para refrendar las listas de empleados que ellos mismos elaboran, sin necesidad de acudir a la sociedad gobernada.   

Algunos emblemas engañosos son los emblemas adjetivadores de formas de gobierno o que se refieren a lo deseos sentimentales o ideológicos de los individuos, atendiendo a la demanda que desde la indignación popular o desde las propias urnas se percibe desde el poder; por ejemplo: poner de nombre a un partido “Partido anticorrupción”, “o Partido por España”, “Partido anti Podemos”, “Partido anti Vox”, “Partido antifascista”, “Partido de la república” o “Partido democrático”. Estos son, entre otros miles que podríamos señalar, ejemplos de propaganda que podemos encontrar según esté orientado el pensamiento e ideología, que son fácilmente atendidos por el ingenuo votante, indignado, que busca hueco en un entramado propagandístico que proviene del mismo punto de partida, el Estado.  

 

 

Es decir, que, si se reprocha por ejemplo la corrupción, pronto el Estado fabricará un partido que diga que acabará con la corrupción política y lo promoverá hasta la saciedad, sin libertad política que lo justifique para condenarlo y presa de la demagogia y la mentira, la ignorancia amontona una masa siempre fiel a la propaganda para mantener la legitimidad del Régimen. Si aparece un partido, como hemos visto tras el Movimiento de los indignados como el de Podemos, inmediatamente aparece lo opuesto a ello aparentemente, Vox, facción aparentemente de oposición, pero totalmente igual y con el mismo origen estatal, la misma cualidad y condición jurídica, la misma ideología socialdemócrata, monárquicos los dos, siendo exactamente lo mismo como órgano del Estado. Lo que mueve a las masas no es la naturaleza real y política de estos, el hecho que mueve a los individuos a votar a estas facciones son los colores y los logotipos y nunca es la razón.    

La necesaria indignación, así como de corrupción para alimentarla, es el faro y guía para el Estado y para los partidos que lo ostentan e integran para fabricar excusas, que siempre serán, en un Régimen autoritario como lo es el Estado de partidos “la Razón de Estado”. Como pez que se muerde la cola, la aparente o ficticia oposición, se dedica entonces a replicar al cada vez más incompetente gobierno en funciones, y así, de esta manera, entrar en un bucle interminable, el cual que solo puede frenar la sociedad dejando de refrendar esas listas que los jefes de partido elaboran. Este fenómeno hace que la sociedad civil juegue siempre en el campo del Estado, nunca en su campo que es la nación, ya que la participación es el elemento que necesita el Estado de partidos para funcionar, y así, llegar al único y principal objetivo de esta forma de gobierno, como señala la sentencia del Tribunal constitucional de Bonn en su concepción descriptiva, desarrollando así el Estado dictatorial, con la integración de las masas en el Estado.   

 

 

 

 

 

 

 

Cuando la demanda de la opinión pública llega a manos del Estado, este, se lo da en forma de facción o de pregón, para conseguir lo único que las oligarquías necesitan para poder seguir donde están, el voto, así y de esta manera el cambio no pueda suceder jamás por mucho que se vote y por mucho que se participe en la urna, venga quien venga o apliquen partidos u organismos nuevos atendiendo a dicha demanda, inevitablemente el que entra no es para cambiar nada, el que entra lo hará para reforzar lo que hay, con las mismas reglas de juego, con las mismas consignas propias del Régimen que lo arropa y ampara y con el mismo espíritu corrupto característico de este. Por esta razón, la participación en la urna es una trampa para ratones que sufre cada 4 años la sociedad con Derecho a sufragio en España.     

Entre indignados y siervos voluntarios, las votaciones son el pasto para que no exista nunca democracia ni libertad. El dinero del contribuyente sirve a las facciones del Estado para preparar, con una engañosa y confusa propaganda, el epitafio del que cree estar representado en ese “teatrillo”. De la suma de la conciencia y la voluntariedad popular, que sabe que vota a la corrupción que es propia del Estado de partidos, obtenemos la complicidad de un pueblo que él mismo se hace culpable de los delitos políticos. Hecho este, el de votar sin democracia, trae consigo formar parte de la corrupción de la clase estatal, el resultado, la decadencia de una sociedad entera.    

El que entra ahí dentro, en el juego de la Partidocracia, sabe muy bien para lo que es. Para robar y corromperse. La ingenuidad era justificable cuando en los comienzos del Régimen se podría suponer o imaginar reformas que los nuevos partidos que llegaran al gobierno realizaran con vistas a arreglar los grandes defectos constitucionales. Esto no ha sido así jamás. El Régimen precisaba la entrada de facciones nuevas dado el lógico y flagrante fracaso del bipartidismo en una oligarquía de partidos varios, donde cada uno reclama su parte. Esa fue la reforma, que trastocó al consenso original y delató la conquista del poder desde dentro del poder, Podemos, y fue ejemplo de que, en el Régimen de partidos, no cabe ninguna reforma que no sean los dueños los propios partidos estatales para permanecer ellos en el poder. Y así, vuelve el consenso para formar gobiernos. Los pactos. El votante, otra vez pues, es el que fracasa y el que sigue fracasando atendiendo a la película que ya todos saben el fin; la traición al elector y el reparto del botín del Estado. No obstante, cuando este nuevo que entró y prometió se ha llenado los bolsillos, no sabría decir porqué, el fracasado, el indignado, el iluso, se carga de nuevas ilusiones para esperar la nueva oferta del Estado, convirtiendo el asunto en un “toma y daca” donde el elector terminará hastiado y colmado de recelos y prejuicios, que, por locura, necedad o por desidia, le llevarán a votar otra vez.     

Hay que dejar clara una cosa, que al menos yo considero imprescindible y que hay que remarcar cuando lo que queremos es hacer una valoración de la moral del votante en España. Puesto que el voto acarrea una responsabilidad moral y personal, que se ve implicada inevitablemente en la conciencia pública, si cuando se vota, es porque personalmente se ha hecho una reflexión de lo que se va a votar, o por lo contrario ni siquiera se sabe a lo que se vota. Tenemos que plantearnos una pregunta, ¿En qué se puede confiar cuando lo que desde hace 42 años estamos viendo cotidianamente es un constante engaño?

Es tan obvio que las instituciones no son democráticas; que no existe la Justicia porque está en manos del Ejecutivo, allí donde haya un Ministerio de justicia o un Tribunal Constitucional, que es un poder constituido por los propios partidos, no puede haber jamás una Justicia independiente; que el Derecho público lo ostentan los partidos en el Estado; que estamos viendo que la corrupción forma parte de nuestras vidas, cada vez más y cada vez más descaradamente; que no ha cesado ni un solo minuto el estado de crisis que existe desde los orígenes del Régimen de partidos en el Estado, la cual muchos ignorantes, o ingenuos, la confunden con una crisis de gobierno, la cual se solucionaría cambiando simplemente de gobierno, pero esto no ha podido ocurrir ni ocurrirá jamás, precisamente porque no es crisis de gobierno, sino de Estado; por eso, no ha habido en España una legislatura sin que no haya habido un golpe de Estado para buscar el equilibrio de poder.    

¿Dónde está esa responsabilidad como ciudadanos que tienen la intención de cambiar algo, si votando nunca se ha cambiado nada, siempre fue todo a peor cada vez que se ha votado? Es que no es ser ingenuo, ingenuo se es cuando no se desconoce las consecuencias de haber votado en un régimen fraudulento, que es lo que ocurría en los primeros 20 años, pero cuando se detectan resultados palmarios de la ausencia de control, cuando surgen a borbotones las fallas de la Ley fundamental de 1978 y no se ponen soluciones, sino que se esconden las causas, la ingenuidad desaparece y entra en juego la complicidad. Esto es así, y fue así y lo sigue siendo. El rizo se siguió rizando.     

Porque, por lo general, se desconoce que no hay democracia, se cree que la hay, entonces sí, se peca de ingenuo cuando se vota, pero si atendemos a la pregunta que antes he desarrollado ya no es ingenuidad, es atribuirse personalmente la categoría de siervo de la corrupción. El civismo no existe en España cuando millones de españoles votan sabiendo que no hay democracia y que lo que votan trae corrupción. Todo sea que no se trate de un oportunista que se aprovecha de la situación, entonces es lógico y entendible, de estos siempre los habrá, ruines y miserables, en toda sociedad, aquellos que les venga personalmente bien que todo sea corrupción y todo degenere, entonces sí, que vote. Pero si lo que se pretende es cambiar algo y se ha intentado ya, por ende, ¿cuál es el motivo o la razón para confiar en las urnas cuando se vota en España? Aunque hay un caso de personas aún peor, y son esas que te dicen que ya se esperaban que fuera a suceder así, pero que aún van y votan, ¿Cómo calificarían ustedes a eso? Es algo así como el sadomasoquismo o hacerse el “harakiri personal” o, hay que tener una moral podrida absolutamente y no con muy buena fe.

 

     

Ingenuo es aquel que no sabe que vive en un Estado de partidos, confía en la clase estatal y la atiende, y se cree que los políticos miran por su futuro. Ingenuo es para mí decir ignorante, ignorante en la materia claro, al que luego su propia ignorancia, naturalmente, le empuja a indignarse; pero muy idiota, o necio, si cuando ya te han decepcionado tantas veces vuelves a arrastrarte a la urna. Es de género enfermizo la confianza de los gobernados a los gobernantes en España, y es que son casi 2/3 de la población quien se lanza a la urna a ratificar la corrupción y la mentira. Realmente el Estado de partidos, no solo ha convertido a los gobernantes en corruptos, también los gobernados, de manera moral e irresponsable, sin ninguna disciplina cívica, se han convertido a lo largo de este Régimen en corruptos y farsantes, y es que los gobernantes, tienen los pueblos que se merecen. Ellos son imitados por el pus social que les permite seguir corrompiéndose. Esto no es ya ingenuidad. Y es que, una vez que se vota, excluyendo o incluyendo al fracaso, y al contrario de lo que se cree, luego no hay cabida para la queja. La realidad de este Régimen de partidos es que reúne todos los ingredientes para terminar siendo el fracaso el resultado lógico de cualquier votante, no hay nada donde se pueda un ciudadano apoyar, no hay ya excusas para la participación en la urna. No hay nada que sustente, nada sensato y digno, se hable de lo que se hable en este Régimen, se toque lo que se toque, que pueda evitar la quemadura y pueda pertenecer al mundo de la decencia y el decoro público.  

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  Artículo redactado por Antonio HR, lunes 8 de marzo de 2021.  

  

  

  

2 comentarios de “De la ingenuidad al fracaso social y personal

  1. Daniel Prieto dice:

    Es el propio sistema lo que ha de cambiarse y no una facción por otra. Los gobernados en España están anestesiados por la propaganda en su mayoría. Hay que mostrarles las alternativas ya que muchos desconocen su existencia.

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