(En la imagen, Etienne de La Boétie, 1530 Sarlat-la-Canéda Aquitania, Est. Francés – 1563 Le Taillan-Médoc Aquitania, Est. Francés. Fue un escritor y trabajó como Magistrado en Burdeos Francia. Se interesó desde muy joven en los autores clásicos griegos y latinos. A los 18 años escribió Discours de la servitude volontaire ou le Contr’un, «Discurso sobre la servidumbre voluntaria o el Contra uno» en 1548, no siendo publicado hasta 1572 por su mejor amigo Michel de Montaigne).

 

De la servidumbre voluntaria. 

 

 “Discours de la servitude volontaire”, Etienne de La Boétie

Quisiera en este escrito recoger algunas ideas de este hombre de letras y humanista francés del siglo XVI, cuya obra más conocida es el “Discurso sobre la servidumbre voluntaria”. Su obra, extremadamente corta y que puede leerse en una hora, constituye sin embargo un texto necesario para contrarrestar el poder absoluto. Un texto radical en su época y en la actual. Un discurso inspirador para los libertarios de cualquier época.

Para este autor, el hecho de que el pueblo sea dominado sucede porque este así lo acepta. Su servidumbre es consentida o, dicho de otro modo, los oprimidos son tan culpables de su opresión como sus opresores. Pero el texto de La Boétie es una crítica a la tiranía desde el punto de vista del que la sufre, su mensaje verdadero y profundo denuncia la tradición de culpar al opresor de todos los males. La tesis de La Boétie no culpa al opresor, culpa a aquel que consiente en ser oprimido. Son los gobernados los responsables de su dominación. Dicho de otro modo, la culpa es “nuestra”.

La búsqueda de la raíz del problema está tan enterrada en lo profundo de nuestro espíritu que es contra intuitivo no pensar que la responsabilidad de todo mal solo puede recaer en los dominantes. La obra de este pensador elimina ese razonamiento intuitivo dando completamente la vuelta al problema.

El autor entiende que culpar al opresor de ser opresor en nada beneficia al oprimido, por tanto, no busca un culpable exterior y reconoce que es en el oprimido donde recae la responsabilidad de aceptar, o no, el ser oprimido. No depende de los gobernados el que el gobernante quiera oprimirlos, pero sí depende de ellos el aceptar, o no, esa opresión. La comodidad de tener un culpable despoja al gobernado de responsabilidad, pero ¿acaso eso beneficia al pueblo? Hacerle creer que no tiene responsabilidad de lo que le sucede, continuar señalando al gobernante responsable único, incluso cuando eso no producirá cambio alguno sobre la situación de opresión que se padece, no le presta servicio al gobernado ni le rinde homenaje, por el contrario, les reconoce como individuos sin poder ni voluntad, y esa es la verdadera herida. La herida de la infantilización, de la eliminación de la responsabilidad, de la deshumanización. Es ahí donde se quita al sujeto dominado toda capacidad de autodeterminación. Antes denunciar los abusos que tomar las riendas de sí mismo y reconducir su circunstancia.

La Boétie no viene a decirle a los malvados que son malvados, él viene a decirle a sus víctimas que no son tales víctimas, que si son víctimas es porque así lo quieren, y que, mientras se consideren víctimas, seguirán siéndolo. Cuanto más tiempo permanezcan considerándose a sí mismos como víctimas más se alejan del momento de liberarse de su condición de dominados.

Si liberarse de la culpa señalando al opresor no sirve para nada más que para el confort de la conciencia, ¿qué aporta eso a la solución del problema? Es la responsabilización de los oprimidos, en lugar de la culpabilización de los opresores, lo que para La Boétie es la raíz de todo. Esperar que los opresores dejen de ser tales solo hará que la opresión continúe. El opresor no es tal por accidente, lo es de manera voluntaria, porque así lo quiere y, por tanto, los intentos de concienciar a este para que reconozca la injusticia de sus actos, no tendrán otro efecto que confirmar que los oprimidos no quieren liberarse. La única consecuencia será la confirmación del poder del opresor. Se envía un mensaje muy claro, se le dice que ha ganado.

Para este autor si estamos en una situación de servidumbre es porque se consiente, se es esclavo porque se quiere serlo. No quiere decir que esto sea un acto consciente, se puede desear algo sin admitir que se desea, sin asumirlo. Es probable que no se encuentren personas que admitan que quieren vivir en servidumbre, la “servidumbre voluntaria” parece un oxímoron y es necesario precisar qué es “servidumbre voluntaria” y qué no lo es. No es el deseo de ser siervo, es el abandono de su Libertad a cambio de confort psicológico, es encontrar un interés para ser siervo.

El interés práctico, que el autor llama la habitud, es para él la primera causa. Estar educados para obedecer hace que obedecer se convierta en algo natural, la dimensión cultural del ser humano le hace aceptar la servidumbre voluntaria como algo normal de su existencia, aceptando esta segunda naturaleza, de orden cultural, como superior a su verdadera naturaleza, que es la de ser libre. La adaptación del hombre es lo que le hace aceptar su servidumbre. El interés psicológico, es decir el poder situarse como la víctima de la opresión, con un culpable a señalar, es lo que nos libra de la responsabilidad de vivir oprimidos, obteniendo una gratificación simbólica por nuestra pasividad práctica. Ser la víctima nos libra de la responsabilidad de actuar para liberarnos. Señalar al opresor es admitir que nuestra libertad depende del opresor, es reconocer la superioridad del opresor y, por tanto, validar la relación de dominación de la que somos víctimas. La buena conciencia que nos aporta el sentirnos oprimidos conduce a querer aceptar esa relación de dominación.

El interés intelectual o filosófico consiste en la delimitación del mundo en dos categorías: los buenos y los malos, los gentiles y los malvados, los débiles y los fuertes. Por tanto, pertenecer a los débiles es pertenecer a los gentiles, a los buenos dentro del imaginario colectivo. La fuerza es vista como un atributo de los malvados, algo condenable, lo que condiciona nuestra concepción de la dominación política de que, los fuertes, son los malos porque son los fuertes, y los débiles, son los buenos precisamente porque son los débiles y es a ellos a quienes hay que defender, proteger y tenerles compasión. Pero el poder no tiene ninguna compasión por los débiles y, por tanto, no se rinde ningún servicio a los débiles manteniéndolos en su debilidad, así que, justificar la debilidad, le convierte a uno en cómplice del fuerte. Pedir al fuerte la compasión por el débil nos hace débiles porque sólo un débil es sensible a la debilidad.

La dominación política no es una relación de compasión, es una relación de fuerza. Pero la fuerza ha de ser vestida de astucia en formas de distracción para evitar la insurrección. Una fuerza visible y directa resultaría insoportable. Es por ello que, desde los emperadores romanos, con el “pan y circo”, hacen olvidar la dominación política y la fuerza. Debilitar la voluntad y embrutecer el espíritu convierte a los individuos en actores de su sumisión, un pueblo entretenido es un pueblo que consiente, un pueblo abandonado a sus placeres es un pueblo que solo quiere una cosa, más placer, más sumisión a la diversión.

Para La Boétie, no se trata de condenar la servidumbre, se trata de salir de ella, y para él, la única manera de conseguirlo es dejar de obedecer, pero según este autor no entendemos correctamente qué significa dejar de obedecer. Estamos tan acostumbrados a nuestra servidumbre que pensamos que, para dejar de obedecer, tenemos que pelear, imaginamos que la libertad se obtiene por los actos. Dejar de obedecer no es actuar es, al contrario, dejar de actuar. Desobedecer no es hacer algo, es dejar de hacer algo. En el imaginario se plantea la desobediencia como algo ligado a lo violento: un combate de las injusticias, resistencia a la opresión, lucha por los derechos. Para el autor, la libertad no se obtiene por los actos, uno no se libra de una carga luchando contra ella, uno se libra dejándola caer. Ser libre no es gritar en la oreja del dirigente, no es amenazar con quemar papeleras que nosotros mismos pagamos, ser libre es desobedecer, es dejar de actuar tal y como el poder quiere que actuemos. Cuando uno deja de obedecer al poder sin violencia, sin agresividad, solamente dejar de actuar a voluntad del poder, convierte al poder en NADA, lo deslegitima. Porque el poder necesita de nuestra participación activa y combatirlo es alimentarlo, legitimarlo como poder, es validarlo como poder, es, en definitiva, pedir al poder las migajas de su libertad.

El poder solo puede oprimir a los que consienten ser oprimidos. Si no hay oprimidos no puede haber opresor y, por tanto, no es haciendo desaparecer al opresor que desaparecen los oprimidos, es dejando de comportarse como oprimidos como se hace desaparecer a los opresores. Su frase “atrévete a dejar de servir y serás libre” resume todo.

Entendiendo que el poder es una relación, se comprende que la fuerza de este depende de la obediencia, o no, de los gobernados. Sin obediencia no hay poder. Romper esa relación se consigue diciendo NO, sin violencia, sin lucha, solo dejando de hacer lo que el poder espera que hagamos.

(Artículo inspirado en el podcast Le Précepteur)

 

Una redacción de Daniel Prieto, a 1 de abril de 2022.

3 comentarios de “De la servidumbre voluntaria

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