Sucinta reflexión sobre los peligros del escepticismo
Temas. Escepticismo incauto. Consenso político. Ideología de la Socialdemocracia.
El escepticismo termina siendo un vicio corrosivo, una categoría moral digna de la mayor impotencia, que trata de evitar el esfuerzo dedicado a crecer espiritualmente (no en el sentido religioso sino personal) y a pensar cuando no responde a un método, actúa como un esquivo de enfrentarse a las fuerzas, por ejemplo, de una nueva idea, de un criterio en base a un argumento, de una situación determinada o de un periodo vital; un rechazo a vivir, una “filosofía” de vida como remedio, consciente o inconsciente, cuando existe una ausencia de valores e ideales, cuando no se aplica con cautela, coherente y ordenadamente, que retarda y adormece la natural maduración de la conciencia del ser humano. Es frecuente y suele pasar a todas aquellas personas que no creen en nada, más conocidos como “nihilistas”, que atiende al modo o la forma intelectual de comprender retorcida, vaga o escasamente tanto el entorno exterior como el interior existencial, y que es propio de la ideología imperante en toda Europa de la Socialdemocracia, y que en España se difundió al término de la dictadura.
El escepticismo inconsciente suele morir sin haber madurado, muere, o morirá, infante, viejo de su fisonomía, pero siendo criatura espiritual, vive de las creencias, cree para saber. El escepticismo consciente, aquel que entiende pero que, en cambio, tanto se pregunta sin tener consideración sobre las formas y las causas de lo expuesto rechazando el análisis, muere envenenado, es tóxico y se suele usar para tapar o entorpecer la verdad. Dicho coloquialmente, al final uno tiene que decir la verdad antes de que se atragante con ella (es el caso de millones de españoles que hoy, tras el fraude y la mentira de una epidemia, en el 2020, tienen que guardar silencio por su complicidad con múltiples barbaries y violaciones a los derechos fundamentales y a las personas físicas realizados a fuerza de coacción policial).
Llevado hasta sus últimas consecuencias, para aquellos que no se han parado a pensar o a meditarlo, no puede ser otra cosa que una ratonera de la moral, y su principal producto es el deterioro de la confianza en uno mismo, por consiguiente, la conformidad y la quietud espiritual (no en el sentido religioso). Si hay una visión limitada de las cosas esa es la desconfianza del escéptico que duda de todo, hasta de un hecho vivido, que termina por no saber lo que quiere porque pierde el conocimiento de sí mismo, de lo que, por empecinada manía psicológica, también tiene que desconfiar. Y, aunque la necedad tiene cura en algunos casos, no deja de ser una enmienda al egoísmo espiritual (no en el sentido religioso). Es una forma de totalitarismo. No se puede ser escéptico para unas cosas sí y para otras no, porque entonces lo que eres es un cínico empedernido y un enemigo de la verdad: “Cuando la verdad me molesta la moral, soy escéptico, pero cuando se trata de mi irremediable y súbita realidad que nadie se haga una pregunta”. Ese es el maniático y desmesurado escepticista. De ahí la mediocridad, la ausencia de expresión de lo que somos y el complejo inepto e impotente de poder ser grandes alguna vez como persona, es decir, por lo que sentimos, decimos o hacemos. El escepticismo incauto es un desahogo que no desahoga, siempre alejado del ingenio, de la innovación y de la generación, no trata de descifrar o afrontar el concepto, evita saber su única verdad o realidad; al fin y al cabo, nada hay más sagrado que la integridad de tu propia inteligencia.
El escepticismo radical se disfraza de filantropía cuando deteriora el lenguaje y precisa de transfusiones léxicas artificiales, conlleva a la esperpéntica necesidad de exhibir atributos morales que no existen dentro del género humano, como es el caso del empleo del vocablo “empatía”, que introduce al usuario en un estado de neutralidad e inconsciencia moral ante cualquier realidad o situación y que va unido directamente con el consenso político, acoplando forzosamente al individuo a aquello que resulta consensualmente correcto ante el resto. Ambas reacciones, consenso (político) y escepticismo (cuando no se basa en un método), van de la mano y anulan, pues, por completo, la facultad de pensar. No nos equivocaríamos si dijésemos que, una cosa hace a la otra; el consenso político impulsa ese escepticismo reaccionario, y tal escepticismo es fruto y alimenta a la vez a ese consenso político, que son valores morales fundamentales de la ideología de la Socialdemocracia.
El escepticismo rabioso, que tiene que ver con un alto grado de mezquindad, se expande soberbiamente en la descripción ante un hecho objetivo, innecesariamente, anormal por completo, visible para cualquier persona que no reúna ningún defecto óptico, del olfato, del tacto o de oído, porque esa persona no está dudando de nada, esa persona lo que tiene es una enfermedad moral y está mintiendo. Porque hay ciertas cosas que no cabe la posibilidad de ninguna duda, se sabe que son así, solo basta aceptarlo naturalmente. Con tu inteligencia, tu experiencia y tus fuerzas. Ese escepticismo es enemigo número uno de lo simple y lo bello de la naturaleza. El escepticismo extravagante o desubicado es necedad o es mentira, en él las virtudes terminan siendo cargas, la conciencia se hace sujeto de la culpa y es grave enemigo de la genuinidad. Termina siendo testigo de lo rutilante y de lo inseguro.
Redactado por Antonio HR, sábado 3 de agosto de 2024.