JUVENTUD, DIVINO TESORO
Todos los que hemos pasado por la rueda educativa del Estado de partidos español, sabemos que es muy común, en la materia de historia, las confusiones entre Estado y nación; entre democracia y parlamentarismo; o entre representación e integración de masas en el Estado, confundiendo, dada su ignorancia, el Estado de partidos con la democracia formal. Además de las confusiones, los profesores españoles acostumbran a no saber qué es la representación o la democracia; qué es una constitución, qué es el Estado de partidos o partidocracia, y acostumbran también a no saber que en España no existe ni representación, ni democracia, ni Constitución. No conocen los aspectos más básicos y fundamentales. ¿Cómo puede un catedrático de derecho, o un profesor de Historia en secundaria ejercer una labor tan importante como es la de mostrar el camino del saber, si ni siquiera conocen los conceptos políticos más básicos?
No es tolerable que en una clase de adolescentes se afirme que España es una “democracia plena” y se obligue a los alumnos a escribirlo en un examen. Como tampoco es tolerable que en las aulas no se invite a la reflexión, sino por el contrario, se invite a la mediocridad, a decir que sí a todo “por evitar problemas”, a no tener principios ni valores, y poder contribuir así a la rueda del Estado.
Es por ello que la educación ha sido siempre el plato fuerte de los Estados totalitarios, porque a través de ella se crean adeptos y obedientes y se elimina al disidente. Es una especie de máquina industrial de creación de mentes obstruidas. No por tal razón son todos los alumnos mentes obedientes, ni todos los profesores creadores de aquellos, y aunque son pocos los que, en vez de ceñirse al temario al pie de la letra, crean un debate y generan pensamiento crítico en sus alumnos, ellos solos no pueden luchar contra un sistema cuyo fin es el contrario a lo que ellos mismos buscan. Ni significa, tampoco, que no se pueda salir de esa situación.
Es fundamental para una comprensión mínima de la vida y de la política, y poder lograr así comprender cómo es el régimen que padecemos, la observación. Si no vemos lo que tenemos delante, no podemos si quiera preciarnos a ser libres. Mi experiencia vital no es la de un hombre de 70 años, pero no he conocido a nadie, que tras descubrir (previa observación) el régimen político en el que vive, haya negado que no sea libre o que esto es una oligarquía. Muchos no están de acuerdo con la abstención, otros ni siquiera conocían de lo que se les hablaba; y otros simplemente se centran más en vivir en un país próspero, que no sea libre, en vez de conquistar la libertad política. No va dirigido hacia ellos todo esto. Pero nadie que no viva del Estado de partidos, me ha podido demostrar, cuando les he explicado por qué en España no hay separación de poderes ni representación, que lo que digo es falso. Por eso buscan ponerles una venda a los que son nuestro futuro, primero porque al erradicar la libertad de pensamiento se aseguran no tener una oposición al consenso; y segundo porque, como decía aquel proverbio chino: “un caballo ciego siempre se asusta de sí mismo”, nos quieren asustados para ser ellos nuestra salvaguarda.
Dijo una vez un hombre al que le tendré siempre un gran aprecio, Antonio Escohotado, que “quiso ser valiente y aprendió a estudiar”. Siguiendo la línea de pensamiento de la reflexión, si quien es valiente, o quien quiere serlo, en su búsqueda por la valentía, forzosamente aprende a estudiar, aquel que sabe estudiar, no quien estudia, sino quien sabe hacerlo, es un valiente. Llamemos saber estudiar a estudiar de forma crítica, pues lo contrario es obedecer o seguir dogmas. Los jóvenes, más concretamente los estudiantes, son quienes deberían ser valientes, ¿pero hasta qué punto el “estudio” puede, en vez de crear valientes, crear cobardes o esclavos?
Que un adolescente caiga en la irreflexión es algo normal dentro de un sistema educativo que invita a ello, que invita a formar cabezas vacías y memorísticas que, en vez de cuestionar aquello que estudian, lo toman por cierto sin hacer preguntas, lo plasman en un examen, y obtienen un mayor o menos reconocimiento en función al nivel de memorización de dicha información. Si, por ejemplo, se dice que España es un Estado social y democrático de Derecho (Art. 1 de la C78), el que mejor conoce la mentira obtiene la puntuación más alta. Se premia la memorización antes que la reflexión.
Nada de lo expuesto hasta aquí significa que la juventud esté perdida. Pese a que es inevitable frustrarse cuando vemos por internet o por nuestros barrios el tipo de chavales que hay hoy en día, hay esperanza. Existe una juventud, aunque minoritaria, que tiene hambre de saber, de formar un futuro para su nación y de encaminarla hacia aquel valor supremo de “el bien común”. Existe una juventud que lee, que piensa y reflexiona de forma crítica, que se interesa por la vida pública y que es inconformista. Los portadores del saber, tarde o temprano, se quitarán la venda, y aunque tarde, lo portarán.
Sergio Avendaño Herruzo, lunes 7 de febrero de 2022.