(El Lazarillo de Tormes es una de las grandes obras reveladoras de la mentira en la literatura española, y tiene como centro la vida de un hombre muy miserable. Es lógico que entre tantos problemas haya mentido tantas veces, aunque sea para sobrevivir u obtener lo que quiere).

 

El atrio entre la verdad y la mentira 

Pequeño fragmento de un somero pero revelador Ensayo sobre la mentira.

 

“Grande es el poder de las palabras”, dice Homero, “Las palabras abrirán todos los caminos”.

Matthew Arnold.

 

Todos hemos dicho o contado alguna vez una mentira, es normal, es humano, pero eso no quiere decir que así se pueda definir y se constituya el perfil del mentiroso, se necesita indagar más y reunir una serie de reacciones, conductas y comportamientos como requisitos últimos categóricos para poder afirmar que alguien es un auténtico cínico. Aquí dejaré algunos aspectos o arquetipos morales característicos de los que sí son embusteros natos. Quiero ajustar esta afirmación con la que empiezo este mismo párrafo, para no caer en el error o la confusión, ya que el hecho de decir con respecto al hecho de contar una mentira son manifestaciones de esta diferentes que no tienen el mismo fundamento; el origen, los medios y el fin en ambos casos es distinto, sin embargo, ambos casos son propios y constituyen el perfil del mentiroso. No significa lo mismo decir que contar en ninguna lengua del mundo, pero el que es mentiroso lo es en todos los idiomas. 

 

El mentiroso sufre la constante necesidad de reinventarse sin tregua, acompañado de astutos movimientos para poder salir de la inmensa jungla que le empuja soberanamente hacia la realidad súbita.

 

Este es un pequeño esbozo de mi Ensayo sobre un asunto que ha sido una clave trascendental y protagonista en todo espacio, momento y situación, en todos los tiempos de la historia del hombre, como es la mentira, producto innato y original de la condición humana. Donde no quiero hacer una filosofía ni una poesía, tampoco quiero acudir al relato histórico que con tanta animosidad y constancia ha participado este término, sino que pretendo enfocarme en una descripción de algunos estímulos y dones reales, en mi opinión más destacados, propios del mentiroso; donde no pretendo tratar casos particulares ni aludir a nadie concretamente. Describo y señalo algunos de los entresijos del mentiroso (emisor) y del crédulo (receptor) que le atiende y le da cabida en el espíritu de su existencia estando generalmente condicionado en sus acciones por dicho emisor. Cómo y de qué manera la mentira da forma y configura la estampa moral de un sujeto crédulo, el cual puede estar subyugado a ella dependiendo de la dignidad y decencia que le sea propia.  Un razonamiento, o si se quiere una reflexión, que me surge de la observación en determinadas personas físicas, conocidos y no conocidos, a las cuales he dirigido mi atención particular como auténticos sujetos protagonistas del tema que me concierne en estos textos. (Fragmento de la Introducción del Ensayo).

Entonces, una vez habido ya hecho sendero por los lares de la mentira, y también sucede con la demagogia, porque se puede decir que son hermanos de sangre, una vez retada a la verdad, no existe cualquier salida a través del perímetro de sus lares que no sea el gran e insoportable (para aquel que de anduvo en su interior) Atrio de la Corte de la verdad que cambia de corriente la moral con el ejercicio punitivo de la vivencia en la estancia (en términos religiosos, el hecho de la redención), y que, pudiendo ser aquel capaz de atravesarlo y volver a su estado sano, el deseo de volver a visitarlo habrá encogido de tal manera que, tozuda y obstinada rara vez se le podrá volver a ver su cara por allí. El que es mentiroso, es y será mentiroso siempre y hasta que ponga en la picota de su existencia su maridad con la mentira, para que el Tribunal de la verdad declare, o no, legítimo divorcio; aunque, a decir verdad, son pocos o ningunos, los casos que, una vez perdida la virginidad que implica haber sido un embustero, sea devuelta la entera confianza a aquel que alguna vez fue digno de ella. La dificultad y la fatiga moral que es inherente al reconocimiento de la práctica de la mentira, al paso por aquel gran Atrio, es proporcional al trabajo a realizar para la rehabilitación de la confianza ajena.

En algunos casos, la mentira implica, no solo conocimiento o consciencia de la verdad, ya que, en estos casos, el que miente, intrínsecamente, lo hace siempre con el fin de esconder o desviarla, sino la constante necesidad de ir en su busca para que no pare esa dinámica adquirida y obstinada, y poder así hacer uso de ella colmando y saciando su pasión cegadora. En otros casos, cuando no es necesaria la verdad, la mentira es un simple y mero impulso que roza la enfermedad. Digamos que el mentiroso precisa de una vida paralela con la realidad. Si no existe la verdad, si no hay realidad, la mentira no conoce su génesis excepto cuando es compulsiva. Son dos conceptos opuestos, divergentes, que viven necesariamente juntos solo en el caso de que, no hay mentira sin verdad, y no a la inversa. En la fórmula Nietzscheana, el mero conocimiento o intelecto natural implica ya un embuste, un fingimiento, junto con el sentimiento, que han caído en manos del orgullo natural del hombre (yo diría aquí soberbia innata en lugar de orgullo), adulador exagerado del valor propio de su conocimiento adquirido, haciéndole poner en duda y así extraviar el valor de la propia existencia humana, siendo el engaño su producto en lo general y en lo particular. Por lo tanto, el único conocimiento pues, que se evade de esta tesis, donde el conocimiento implica el embuste según Nietzsche, sería cualquier ejercicio dedicado a la búsqueda de la verdad, en cualquier sentido o materia e independientemente de la intención o fin para lo que se busca, incluso la que realiza ese mentiroso para su provecho. Actividad que se encarga de considerar las relaciones entre los cuerpos, materia y todos los elementos visibles y contemplables en cuanto a un hecho o acontecimiento que está a la vista de cualquiera (como somera aproximación a un posible significado de la verdad).

La práctica del reconocimiento del acto o de los actos en aquel que ha sido un cínico recoge en los afectados por el embuste un resultado, o, mejor dicho, esfuerzo moral análogo, cuando se cree, se crece o se aprende, o se confía, en la mentira, haya consciencia o no de ello, la soberbia condena a la verdad a los suburbios de la ficción y de la ilusión; no hay, o rara vez podremos encontrar, retorno a la superficie, o sea, a la cordura, a la sensatez y a la razón, propias de las personas. Los crédulos se suelen volver unos necios. Serán siempre individuos arrinconados, desdeñados y acomplejados, sobretodo si son conscientes de ello, que, curiosamente, tratarán siempre de hacer lo contrario que el mentiroso del que hablamos antes, en lugar de buscar la verdad para poder hacer uso de ella y dar forma y contenido a la mentira, estos pobres e inertes seres, tienen que estar buscando siempre la mentira para dar forma a la verdad de su vida, envueltos en la miseria en la que han creído siempre. Son también mentirosos, pero con ellos mismos. 

Los hombres no temen ser engañados, temen las consecuencias sentimentales o emocionales del propio embuste en sí mismo, es decir, temen a la verdad, y una vez contagiados y envenenados por el embuste, será otro gran Atrio justiciero de vuelta, en este caso para los réprobos de la mentira que tiene que reconocer, con el yugo de la soberbia en su pescuezo, que han sido engañados. Esta soberbia, no la confundamos con el orgullo, el orgullo es otra cosa muy diferente. La víctima, el engañado, es un mero testimonio del mentiroso, flujo de la mentira y hazmerreir del que es consciente y se tiene que compadecer por respeto a él porque sabe la verdad. Es un irresponsable moralmente con el mismo e inconsecuente con el hecho, lleno de prejuicios que le impiden ser capaz de encontrar el verdadero sentido, objetivo, de lo que le cuentan. Es, por lo tanto, cómplice de la mentira, un crédulo pordiosero, cruel y prosaico, dominado generalmente por la subjetividad de sus sentimientos e intereses en las relaciones interpersonales, digno del mínimo valor personal y moral y repleto de pura y neta vanidad, que es proporcional a su fácil credulidad, digno de ser la carne de cañón de cualquier espabilado.

 

 

Al igual que otros convencionalismos, el lenguaje echa raíces en el organismo humano, desarrolla en él una vida propia, y por medio de sus tensiones íntimas y de sus complicaciones accidentales tergiversa los hechos que intenta relatar o falsea los sentimientos que indefectiblemente hubieran despertado esos hechos, para crear así pasiones artificiosas y cerebrales. La lengua es el gran instrumento del fanatismo”.

Jorge Santayana.

 

Al contrario de lo que algunos intelectuales han afirmado, la crónica de la mentira sí puede ser contada como una historia verdadera, se puede mostrar sin mentir, porque la propia revelación refleja, especularmente, el transcurso de la sentencia que en aquel Atrio togado acontece cuando el mentiroso no está dispuesto a cruzarlo. Si no hubiera descripción de la mentira, la verdad estaría condenada para siempre en el habitáculo de la postergación, de la relatividad y de los mitos fantásticos y legendarios; si no se figura la mentira, cuándo sabremos si alguien miente o dice la verdad.

La mentira no es que tenga las patas muy largas, es que tiene miles de patas y mil patas llevan hacia ella; tanto es así que diciendo la verdad se puede estar engañando, aquí entra en juego la demagogia, esas verdades que todos sabemos en un trasfondo que no resuelve la elaboración de la verdad, que no se compromete en un devenir cierto o soluto, en cambio, pivota entre todos los elementos resultantes de la verdad particular; en términos políticos, el populismo es uno de los mayores estandartes de la demagogia. La demagogia no es una verdad parcial, es el juego estratégico y premeditado que para convencer usa a su conveniencia las reglas ontológicas de la descripción de la verdad. No existe demagogia sin engaño, es decir, sin intención o voluntariedad de mentir. La demagogia es el carnaval de la verdad.

 

“No hay ningún signo del engaño en sí, ningún ademán o gesto, expresión facial o torsión muscular que en y por sí mismo signifique que la persona está mintiendo. Sólo hay indicios de que su preparación para mentir ha sido deficiente, así como indicios de que ciertas emociones no se corresponden con el curso general de lo que dice.”

(Ekman & Wolfson, 2011).

 

Razones y fines de la mentira hay miles, tantas como individuos en la tierra, de ahí sus mil patas, su motor, el miedo. Sin miedo no se miente. O lo que es lo mismo, el miedo suele terminar, o al menos sedarse, con la mentira. Con sentimiento de vergüenza muy rara vez se miente, la vergüenza es un antídoto, pero no suficiente, si la mentira resuelve los problemas de conciencia que chocan con el mentiroso; la vergüenza es un sentimiento temporal, la conciencia es eterna, por eso está en una esfera superior que aquel, por eso resulta que, en aras de la mentira, es violada y despreciada constantemente, de ahí que la mentira sea tan corrosiva, porque repercute siempre en el pilar de la vida de aquel que la práctica. No existe en la vida animal la mentira, porque es el instinto el que suple en las bestias a la conciencia humana, donde es el intelecto el que puede construirla, y la inteligencia lo que le da forma y la esculpe. La chulería encarna al carácter soberbio del mentiroso, que tiene que, cada vez que quiere testimoniarse, pretender esconder su cobardía en la última batalla de su guerra particular con su inquina. 

 

(En la imagen, “El deterioro de la mente a través de la materia”, Otto Rapp).

 

El embustero es cínico con los demás, pero necesaria e irremediablemente consigo mismo, se tiene que estar creyendo constantemente su propia mentira para no ser descubierto, por lo tanto, debe tener muy buena memoria, ya que la mala memoria le puede llevar inevitablemente a la sospecha de manera inintencionada. Los recuerdos no son una copia especular, real o fidedigna de lo pretérito, son construcciones selectivas, imperfectas y débiles de lo que ya no existe y, por consiguiente, no influye ni determina ya en los sentimientos ni la conciencia. El recuerdo puede ser la verdad sesgada o parcial que pone la semilla de la mentira entera y total que resulta en fábula de la realidad. La fricción que se produce con el estado o devenir normal de la realidad cuando el propósito final es el daño, y también cuando se pretende esconder algo, hace que refulja y destelle su arrogancia y perversidad que se eleva por encima en detrimento de su propia conciencia que es un insignificante y marginado compañero.

En cuanto a la inteligencia, promotor del intelecto, servidor innato de la mentira, que descubre y es consciente, según los grados, del fondo y fundamento de la verdad, es el instrumento que determina y califica el intrínseco carácter manipulador del mentiroso, siendo en todo momento el diseñador modístico  en el “vaivén” de su vestidor para encontrarla un hueco en el porvenir de los acontecimientos, que, en un momento dado, pueden jugar en su contra. La inteligencia del mentiroso no solo tiene que inventar y proponer la estructura de la mentira, sino estar en todo momento precavido desde su génesis, cuando la mentira se ha llevado demasiado lejos, para que, los vientos huracanados e imprevisibles de la verdad, no levanten los forjados de paja que la sostienen. El mentiroso se gana el respeto mintiendo. Por eso, el impulso instintivo del mentiroso, que es esclavo de una decisión obstinada para el resto de su existencia, que es la causa que le hace ser un embustero compulsivo, se debe a su constante esfuerzo por apuntalar lo que ha construido, y sujetar y mantener el edificio entero levantado con los ladrillos de la trampa y el control hacia lo ajeno. El lugar perfecto, el hábitat, de este tipo de personas, los cínicos, es el escondrijo. El embustero solo trata de frustrar al que ose merodear alrededor de su guarida; simplemente al simpático que le da de mano para compartir sus inquietudes. No está protegiendo su intimidad, lo que quiere es que nadie pueda jugar con él al natural juego íntimo que revela la realidad de la vida y que resulta de las relaciones entre las personas, este es un campo que nunca será el suyo por su innata arrogancia, que busca evitar a toda costa las consecuencias negativas inmediatas para su estatus quo que se derivan de conocer a otra persona. Es por esto por lo que el mentiroso siempre busca una razón para no dar la cara, aunque tenga que ser mediante el autoengaño o interponiendo a otras personas entre la realidad y el, siendo esta una práctica habitual. 

 

Redactado por Antonio HR, martes 23 de abril de 2024.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *