De las barreras de la conciencia

 

La difusión del concepto, desconocido en España, de libertad política Colectiva es una labor titánica. Quien ha pasado a la acción, al percatarse de que la libertad de los demás constituye la libertad de uno, sabe bien que enfrenta multitud de problemas y barreras para hacerse oír, no solo oír, sino comprender. En el presente texto, analizaré algunas de las dificultades que, por mi experiencia, resultan las más difícilmente soslayables.

Resulta fácilmente comprobable, para quien haya reflexionado sobre el asunto, que la forma de pensar está directamente relacionada con la educación recibida y el ambiente en el que el individuo se ha desarrollado. Si bien estas influencias pueden ser revertidas a través de nuevas experiencias y entornos, la conciencia tiende a la negación de cualquier contradicción que se presenta ante los criterios ya establecidos y fijados en el individuo. Este hecho es fácilmente reconocible cuando se habla con personas de otros países y con culturas muy desiguales. Uno tiene la sensación de hablar en códigos y parámetros diferentes. De ser esta relación, tanto material como de ideas, algo enteramente determinista, no habría pues posibilidad alguna en el individuo para poder modificar su pensamiento. Mi experiencia me demuestra que tal determinismo no es más que un fuerte condicionamiento y no una barrera infranqueable. Pero ese condicionamiento conlleva que, para muchos, sea una cárcel mental sin llave. El devenir de la historia, las condiciones materiales y la educación (no solo académica sino social y propagandística) son modeladores del pensamiento, pero en ningún modo imposibilitan la actividad de la conciencia, y sobretodo, de la autoconciencia. No hay conciencia sin autoconciencia.

Parece contraintuitivo pensar que no existe libertad de pensamiento cuando se analizan acciones cotidianas, uno no paga productos en su carro de la compra que hayan sido colocados por otras personas, no se permite que otra voluntad se imponga a la propia, no se permite a otra conciencia que se sobreponga a la personal. Es precisamente esta situación la que nos lleva al concepto de alienación (en la visión marxista). Alienación que define precisamente el proceso mediante el cual, se deja que otra conciencia se imponga a la nuestra, dicho de otra manera, la desposesión de nuestra condición humana (nuestra conciencia). Una persona alienada sería aquella que justifica una situación adversa a sus intereses por la sumisión de su conciencia a una influencia exterior que le gobierna. En el caso de la falta de libertad política que se vive en España, situación claramente desequilibrada para los gobernados, el individuo justifica esa situación con todos los artificios intelectuales que sea capaz de generar. En lugar de que sea la propia conciencia la que determine que esa situación no le conviene, permite que la conciencia de quien le mantiene siervo se imponga. Acepta como inamovible la condición en la que vive sometiéndose así de forma voluntaria.

Esta interiorización del gobernado de la voluntad del gobernante le impide considerar que, sin él, quien le gobierna no podría ejercer su poder, que es precisamente la legitimación del poder que le somete, lo que mantiene esa situación de desventaja. En lugar de considerar esta situación, la persona alienada se aferrará precisamente a lo que le impide salir de esa relación. Mantendrá que la situación no puede cambiar, que siempre ha sido de esa manera, que es imposible el cambio y toda una serie de justificaciones que constituyen su propia anulación como individuo. Precisamente la situación ideal para la conciencia que se impone, pues sin consentimiento no hay servidumbre.

 

 

¿Cómo aceptar que se es un siervo voluntario? Uno no aceptará jamás esa idea, no de manera consciente, a menos que se esté alienado, en cuyo caso no solo se acepta, sino que se justifica. Lo que hace a quien se somete responsable de su sometimiento, no individual sino colectivamente.

Difícilmente se puede derribar la barrera que presenta una conciencia alienada, por lo que no deben ser ellas el objetivo de la labor de difusión cultural que nos proponemos. Las personas condicionadas, que no alienadas, por la situación de servidumbre en la que viven, pueden, mediante la confrontación a otra conciencia que presente una alteración de lo experimentado hasta entonces, agrandar su estado de consciencia y mediante la reflexión y análisis comprender que su servidumbre no responde a sus intereses. La persona alienada actúa contra sus intereses sin ser consciente, reduciendo así su capacidad de salir de esta trampa. Como alguien drogado, cuyo estado de consciencia está disminuido por la droga, la persona alienada no puede darse cuenta de su situación, está incapacitado para ello. Sin necesidad de drogar a la población basta con crear las condiciones materiales que lleven al individuo a la alienación. Un votante sin democracia alienado jamás puede poner en tela de juicio su situación, la cual justificará de todas las maneras inimaginables e irracionales posibles. Para esta persona votar sin democracia es un privilegio y de perderlo pondría en riesgo lo que considera normal, incluso beneficioso. Una persona alienada no sabe, por definición, que está alienada, ni tan siquiera concibe la idea de alienación, si así fuese estaría, de hecho, saliendo de ese estado. Por tanto, es sencillo detectar el estado de alienación de una persona con la que se habla. Si no existe reflexión ni respuesta a la razón y la lógica, dando muestras de cerrazón y negación de lo que supone una alteración de sus creencias, estamos sin duda ante una barrera infranqueable que no merece el esfuerzo de ser enfrentada. Si por el contrario recibimos respuestas consecuentes a la lógica e intentos de volver a las creencias anteriores, tenemos ante nosotros una conciencia que está en mayor o menor grado lista para expandirse y donde habrá posibilidad de ejercer una influencia positiva haciendo que se exponga a nuevas ideas que le lleven a la reflexión.

Nuestra labor pues, es la de confrontar a las conciencias no alienadas, con otra visión distinta a la que los individuos consideran como “normal” y que puedan así mediante el autoexamen (autoconciencia) y la reflexión personal salir de un estado de consciencia limitado en el que su situación social, material e histórica les ha mantenido. Lo “normal”, lo que se ha hecho habitual, lo que se repite, es la mentira y la persona alienada no tiene capacidad para salir de esa normalidad. Pero lo “normal” para una conciencia que se cuestiona lo que es normal o no cuando se expone a una alteración de esa normalidad, puede y de hecho lo hará, reconocer esa normalidad como un perjuicio de sus intereses. La alienación es la privación de medios de reflexión sobre la propia condición, la privación de la conciencia, en este caso, de su propia servidumbre. Con una sociedad alienada no hay necesidad de recurrir a la violencia como medio de dominación. Un totalitarismo evolucionado no necesita de la represión física. Y en esa situación el poder justifica su fuerza en el consentimiento del dominado. Ahí está la verdadera fuerza del sentimiento de la libertad, la capacidad mediante la alteración de la normalidad, de ofrecer una vía distinta de reflexión a las conciencias para que reconozcan su estado de servidumbre rompiendo así la legitimación del poder. A más conciencias capaces de reconocer la mentira más deslegitimación, a más conciencias capaces de ofrecer una alteración a la norma oficial más dificultades para que una mayoría esté alienada.

La conclusión positiva de toda esta reflexión sobre la alienación es que todos nosotros somos, individual y colectivamente, los depositarios de la conciencia humana sobre la tierra y si la lucha por la conciencia precede a toda otra lucha, si la lucha por la conciencia es la única que es imperdonable de no ser llevada a cabo, no olvidemos que ante todo se trata de una lucha contra nosotros mismos, de una autoconciencia, de una lucha contra lo que nos impide ver claro, una lucha contra lo que dentro de nosotros juega en nuestra contra.

 

También en el Número de septiembre de 2023 de la Revista Libertad Política

 

Art. de Daniel Prieto, agosto de 2023.

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