(En la imagen, “La despedida de Telémaco y Eucaris“, por Jacques-Louis David, 1818, Getty Museum de Los Angeles).

 

La revolución de las conciencias

 

Es un hecho en la historia de los cambios o revoluciones políticas que la práctica de la verdad y del análisis objetivo, de la rectitud en el control y el rumbo de la acción, el conocimiento e inteligencia para interpretar los acontecimientos que transcurren durante la moción y el ingenio para resolver ecuaciones tan complicadas como las que emanan de las revueltas sociales muestra el grado de talento de quienes llegaron a cualquier propósito de cambio de orden político. Una prueba de que los fines nunca justifican los medios lo tenemos en la experiencia de las dos revoluciones que cambiaron el rumbo de la historia de la humanidad: la Revolución de la igualdad de Francia y la Revolución de la Libertad en Norteamérica. La Constitución de los EE.UU de América tras su Independencia de la soberanía inglesa en la segunda mitad del siglo XVIII es un ejemplo de ello, mostrando la solidez de la moral de quienes la procuraron y la veracidad en la práctica de su principio, la Libertad Política Colectiva, y que tuvo su benevolencia con aquellos que practicaron tales virtudes, ya no solo por el nivel intelectual de los protagonistas que la crearon, sino la intuición, el trabajo y el rigor en que se determinó su objetivo, inamovible ante las dificultades y escollos al paso del tiempo aunque adaptada a las nuevas generaciones mediante enmiendas, con sus defectos, la Constitución de los EE.UU de América permanece hoy en vigor y desde hace más de doscientos treinta años sancionando una Democracia representativa como forma de gobierno. No así en el caso de Europa, deshecha en la actualidad y desde los hechos revolucionarios en Francia ciega de guerras y conflictos bélicos, totalitarismos, la utopía del propósito socialista de la Revolución rusa y una larga Guerra fría, sin embargo, intentos de cambio sociopolítico todos fallidos que dejan inconscientemente una tarea pendiente que aliviar que es el grave problema que se arrastra en el continente europeo desde la fracasada Revolución francesa, dado el carácter perverso de los hechos que la acaecieron, su objetivo utópico y antinatural de la igualdad social y del modo ingenuo y soñador de los protagonistas en la pretensión de la voluntad general del pueblo gobernado, que es la conquista de Libertad Política y con ella la Democracia formal. Estos dos conceptos que definen la diferencia de la conducta y resultado de aquellos acontecimientos históricos a los dos lados del océano marcan la realidad de hoy entre Europa y América; este hecho, nos puede ayudar a reflexionar sobre dónde recae la “clave de bóveda” para la desvencijada Nación española.

Pasemos a España y a la sociedad española. Desde el periodo de la Transacción española, donde se llevó a cabo una Reforma política dando continuidad a la estructura y legalidad del poder existente en la Dictadura mediante la forma de Estado de la Monarquía, impuesta por el Dictador, y la forma de gobierno de Estado de partidos o Partidocracia, impuesta por los herederos de Franco en consenso con los partidos que aspiraban al poder, y vista ya la experiencia decadente y el estado actual de las cosas en profundo deterioro que ha traído consigo el Régimen de los partidos del Estado en estas últimas más de cuatro décadas hasta hoy, la evidencia nos muestra los estrechos márgenes de capacidad y voluntad de oposición real de la sociedad gobernada a la corrupción, las injusticias y los abusos de poder de quien la somete, una oligarquía de jefes de partido instalada en el poder. El tradicional miedo a lo político suprime cualquier ánimo sensato de oposición y no deja reaccionar, la soberbia del que ya lo sabe todo que torna en cerrazón para no pensar y así no entender nada de lo que verdaderamente sucede y la confusión que sufren la mayoría de los españoles en la consideración de cómo están gobernados hace de la realidad, más que una ficción o una amalgama mental, una peligrosa mentira: creyendo que hay Libertad, equivocada con las libertades individuales y Derechos otorgados mediante Leyes; como votan, como hay mucho colorido en la “oferta política”, caen en la ofuscación de vivir creyendo que hay Democracia cuando lo que hay es una forma de gobierno bien distinta, hay un Régimen de poder autoritario donde el que hace la Ley la ejecuta y organiza a los magistrados, donde los gobernados están al margen de las decisiones gubernamentales y donde las urnas no sirven para cambiar o modificar absolutamente nada al poder político; existe una división social que no responde a nada, ni a la realidad de lo que se vive en la sociedad ni a la acción verdadera del poder establecido, además, las ideologías a las que se atiende no existen, están obsoletas, es el cebo de la propaganda del Estado para saciar las almas cándidas y para los oportunistas que sacan tajada del timo; el espejismo del “estado del bienestar”, el veneno de la vanidad y la sociedad del espectáculo, a expensas de lo que dicta el Estado, la Nación española está muy lejos de la actualidad que la rodea; a falta de cualquier atisbo de voluntad para superar el letargo, presumen de una irracional quietud e indiferencia por lo que debería, más que preocuparlos, empujarlos al cambio sociopolítico, es decir, a una revolución.

De revolución empecé hablando y de revolución terminaré escribiendo. Un término tabú entre los españoles, una palabra que, al contrario de lo que significaría hoy en la grave situación en la que se encuentran la Nación española, dada la actitud de querer continuar y buscar solución en los lares que ha traído a los españoles hasta donde están, este vocablo tan temido lleva consigo la llave de todas las puertas que podría sanar la moral corrompida que sufren los españoles. Hartos de buscar en el laberinto partidocrático la satisfacción de sus inquietudes públicas, donde solo encuentran vasallaje y arbitrariedad, se topan cada vez con el muro de la ausencia de democracia, es decir, de representación política y de la necesaria separación de los poderes que mediaría de facto las causas de la degeneración institucional y social. La revolución no se trata de cortar cabezas ni está en una concepción de acontecimientos violentos, la revolución está en las conciencias que, sin miedo a escapar de la mentira pública, se lanzan sin indignación y con rigor a manifestar las causas de sus penurias denunciando la ausencia de Libertad Política y de una constitución formal exigiendo una apertura de un periodo de Libertad Constituyente para la elaboración de una nueva, que pararía en el instante el miedo a lo político, la mentira pública y la degeneración de la Nación española. La prueba fáctica de la posibilidad de una revolución pacífica es muy sencilla y no precisa de erudición ni de ninguna ecuación filosófica o delirios metafísicos, es una causa puramente natural, y es que los españoles usaran el criterio propio de quien no está engullido por la mentira y practicara la verdad para apartarse de la corrupción que el propio Régimen necesita para sobrevivir. Empezando la práctica de llamar a las cosas por su nombre, siendo esto un simple y natural ejercicio, se dejaría de funcionar como hasta ahora en cuestión de horas. Ya tenemos una revolución pacífica en marcha, la del uso correcto del lenguaje. Una cosa es lo que digan los medios de comunicación y los centros de enseñanza, todo politizado y manipulado, y otra cosa muy diferente es el valor y la voluntad de las personas para poner en evidencia ante sus vecinos la realidad de los escándalos públicos experimentados y tomarlos en cuenta a la hora de considerar la participación en la putrefacción social que provoca el mecanismo partidocrático y el sistema proporcional de votaciones. Si hay algo que mantiene la corrupción de las instituciones y la inmunda vida pública de este Régimen de partidos, a parte de la participación en las urnas de los propios afectados que son los españoles, es el uso de mentira compartida, gobernados y gobernantes. La revolución basta con que la conciencia de los españoles se torne para que el poder se vea sometido a juicio en el acto; eso sí se puede practicar y no es precisa la violencia. Todo lo demás son excusas para seguir en la mentira o en la inopia y alargando la agonía generalizada.

 

Art. de Antonio HR, sábado 10 de diciembre de 2022.

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