La pasión
de estar en el mundo
En 2014 se difundió la noticia de que, en la plaza de Carlos
Emanuel, en Turín, sobre las cenizas de la casa en que vivió Antonio Gramsci desde 1919 hasta 1921, había fundado L’Ordine Nuovo (El Orden Nuevo) y sentando las bases del futuro Partido Comunista, iban a construir un hotel de lujo. El nuevo hotel, dotado
de todas las comodidades, ostentosamente lujoso y de cinco plantas, se llamaría Hotel Gramsci.
Es un hecho digno de atención, no solo porque describe de
manera excelente la historia de la izquierda, su tránsito de la lucha
en nombre de la emancipación humana y del «espíritu de escisión»
de Gramsci, a las confortables habitaciones del «Gran Hotel Abismo» como lo llamaba Georg Lukács
; es decir, a la cínica aceptación de lo existente colonizado por la forma mercancía y por la
felicidad barata que este pone a disposición, al mezquino hedonismo hecho a medida de los «últimos hombres» satisfechos y felices. Con el Hotel Gramsci, la esperanza social ha cedido el paso al camino del bienestar individual. Junto a esta razón (y estrechamente entrelazada con ella), hay otra. La historia del Hotel Gramsci da testimonio, de forma muy evidente, de lo que podría justamente describirse como la dificultad de heredar el pensamiento de Gramsci en la coyuntura actual en el tiempo del presunto «final de la historia», del triunfo planetario del fanatismo de la economía y del cumplimiento de una «situación de gran hipocresía social totalitaria».